LA NADA


*Por José María Cardo.

Después del descrédito generalizado alcanzado por la clase política en los últimos momentos del final del siglo, con honrosas excepciones, este grupo social ha decidido el cultivo de la nada. En ese sentido, si bien no es el creador, quien aquilata mayores méritos es el señor Francisco de Narvaez que inició la última etapa de su “larga marcha” hacia el poder en las elecciones legislativas de 2009 bajo el poderoso slogan de “Tengo un plan”, referido (¡Claro!) al tema seguridad. Créase o no, con solo tamaña alforja, quien solo demostró que era un buen imitador de su imitador en el programa de Tinelli, resultó electo diputado y en sociedad con Macri y Felipe Solá venció “por poquito” al propio Kirchner en su condición de candidato testimonial. Pese al tiempo transcurrido, el poderoso plan aún está por verse. Ni siquiera lo explicitó cuando aspiró, ya en 2011, en esa instancia en alianza con el radicalismo, a la gobernación de la provincia de Buenos Aires.

Por ahí andan sus nuevos carteles anunciando que “unidos hay Argentina” y su hasta ayer blonda y oxigenada socia, la señora Mónica López,  que recientemente ha optado sumarse al intendente de Tigre, para no ser menos expresa que estamos “más unidas que nunca”.

No preguntemos para que, ni porque, ni quienes son. Tampoco preguntemos por  la millonada invertida en carteles y afiches que tratan desde hace meses (quizá años) de imponer su figura. Al respecto, al esposo de la señora, le recomendaría ver “El Ciudadano”, el clásico film de Orson Welles.

Pero no vaya uno a pensar que la nadería es cosa de opositores. Alcanza también a algunos intendentes que nos rodean y que tratan de darse a conocer por medio de slogans que nada digan porque nada tienen que decir o mejor que la gente ignore lo que piensan.

Tampoco nada ofrecen los economistas ortodoxos, que dan vuelta en torno a los distintos epicentros de propalación de desgracias inminentes y variadas. Nada salvo el augurio de esas  desgracias que, con menor pudor que la señora Carrió, ventilan a los cuatro vientos para convencer a diestra y siniestra que las desgracias están al llegar. ¡Qué va! Ya están entre nosotros y desde hace mucho y el relato nos impide verlas. Para curar nuestra ceguera ellos tratan de imponer su propio relato.   

Esta situación llegó a la cumbre del impudor cuando a fines de la semana pasada el dólar ilegal se acercó a los 8 pesos, lo que equivale a una diferencia superior al 60% del dólar oficial.

Escuché algún comentarista que expresaba su horror porque “esta historia ya la vivimos. Se disparó el dólar durante el tercer gobierno peronista y cayó Isabel Perón; se disparó nuevamente durante el gobierno de Alfonsín y debió anticipar su retiro del gobierno. El gobierno tiene que hacer algo para evitar males mayores”. Quien trataba de asustar con estas expresiones a la población no tenía ni idea de lo que estaba hablando.

El dólar ilegal ha existido siempre. Se solía diferenciar del dólar oficial hasta un 10%, según los momentos. Quien estaba dispuesto a pagar esa sobreprecio lo hacía para no blanquear su compra en razón de que la encaraba con ingresos no declarados. Las cuevas financieras donde esto ocurría se nutrían de billetes comprados en el mercado oficial (a través de terceros a quienes pagaban unas monedas). Estas operaciones obedecían a muchas razones y se justificaban, en última instancia,  por la utilización del dólar como una forma de ahorro, siempre a la espera de una devaluación. Finalmente, desde 2003 a la fecha, se hizo cierto aquello de que quien apostó al dólar perdió.

A esa forma de proveerse de moneda norteamericana se le puso fin con las primeras medidas de control de cambio aplicadas desde fines del año pasado.

Pero en las actuales circunstancias la moneda norteamericana, en el marco del programa de gobierno, en mucho mas que un medio  para posibilitar el ahorro. Es una herramienta importante para el manejo del presupuesto, con incidencia a numerosas variables macroeconómicas  y cuyo desmadre, si se trasladara al dólar oficial, implicaría una situación compleja. Esto no lo ignoran los sectores opositores y con estos manejos apuntan en esa dirección: imponer una devaluación. No es la primera vez, lo han intentado en varias oportunidades desde 2008. Pero el mercado ilegal es absolutamente marginal y no encuentra justificación en ningún área de la economía. En torno a esta situación algunos hacen su negocio y los incautos que están dispuestos a pagar por esta mercadería (en este caso el dólar) lo que no vale permiten que se nutran de otros dispuestos a vender. Hoy la provisión de dólares no viene del mercado oficial.

Los principales interesados en modificar las condiciones legales vigentes son sectores vinculados a la exportación que no se resignan a liquidar sus ingresos al dólar oficial y encima padecer retenciones. Están a la espera de una devaluación para mejorar sus ingresos y, si hay un cambio de proyecto económico que no mantenga las retenciones,  ganar a dos puntas. Pero ello es inimaginable con las actuales autoridades.

Un cambio de proyecto económico implica un cambio de gobierno en el 2015 o mejor si se puede ahora mismo. A eso también apuntan las medidas desestabilizadoras y detrás de ellas se encuentran los multimedios oligopólicos como única manera de evitar su colapso.

Nadie que tenga poder está dispuesto a perderlo sin pelear.

Los enemigos están en esa. El gobierno, afortunadamente, también.

Sabiendo esto, lo que pretende el enemigo, el curso de los acontecimientos es más sencillo.

 
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